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¿Cuantas veces tocaste fondo?, yo la verdad varias veces. Le tenemos mucho miedo a tocar fondo, juzgamos como malo o poco deseable el hecho de tocar fondo.

Había una vez, después de unas merecidas vacaciones con mis hijos, lo que me esperaba a mi regreso de aquel viaje era tocar fondo. Frente a una «recaída en salud» de uno de ellos dos; mis nervios colapsaron ya que el asunto fué muy grave. Hace un par de años que no me sentía así de vulnerable, empecé a sentir como descendía en caída libre a un hoyo oscuro que ya no recordaba, un hoyo lleno de monstruos. Todos tenemos monstruos o demonios que esperan sigilosos nuestros descalabros.

Uno de los miedos profundos que me acecha, es el miedo a la muerte y no a mi muerte propiamente dicha, si no a la muerte de mis hijos. Lo que es cierto es que no tenemos control sobre algo así, -ni sobre nuestra propia muerte-. Sólo nos queda la confianza en un orden divino y el ruego profundo que no hubiesemos escogido tan difícil experiencia como pacto para crecer en consciencia.

Transité el miedo, la desconfianza, la frustración, la impotencia, la culpa y la temerosa incertidumbre. La caída fué tal, en el fondo desdichado de ese pozo, que por mi mente pasaron toda suerte de ideas en las que me sentí derrotada, fracasada y apenas con algo de ganas por vivir. Pasaban los días y la situación desencadenante de mi conflicto era incierta, hacía uso de todas las herramientas que conocía y aún así, caminaba por las delgadas líneas del desencanto por la vida. Lo único deseable era bailar, la danza luchaba por rescatarme de la  desesperanza.

De repente un giro en la historia me dió un pellizco para levantarme del lugar donde me encontraba y por amor a quien recién recuperaba su salud y por amor a mi misma tuve que pararme. Lento, lento, respirar, recordar todo lo vivido y lo aprendido, recordar lo que he superado y entonces ya de pié; despacio recuperé la confianza. Observando como todo fué tomando un nuevo curso, tuve que aplicar todo lo que le enseño a mis alumnos en sesión y talleres, regresé a ese lugar de terapia en donde soy yo quien está al otro lado del escritorio esperando respuestas a preguntas no realizadas, tuve que observarme con humildad y aceptar que necesito ayuda y que está bien pedirla, entendí que quienes estamos al servicio de otros posiblemente vivamos experiencias fuertes a fin de tener eso: experiencia.

Soy una mujer muy afortunada y doy gracias por ello, a pesar de las duras situaciones que he enfrentado siempre aparecen ángeles en el camino y circunstancias favorecedoras para poder superar lo que esté viviendo. Si no, no estaría acá escribiendo el cuento.

Le di la vuelta a la situación, me ocupe de atenderme, de dejarme sentir, de llorar los miedos, de sentir la frustración y de validarme a través de la terapia.  Después de dejarme atender, de pedir ayuda y de obtener nuevos aprendizajes frente a dicha situación, ya ví más lejos ese hoyo donde está el fondo, ese fondo que conoce todas mis caídas, ese fondo que después de todo, me ha enseñado tanto y que viéndolo en retrospectiva; es tan duro que no me va a dejar pasar de ahí y mientras estaba acostada ahí después de la caída, me susurraba al oído:

«acuerdate que después de caerte encima mío, sólo te queda levantarte».

Querido fondo; con todo lo que me has enseñado, aún así, desearía no volver a tocarte.

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